No hay duda de que en Chile se vive un proceso que está llamado a no
terminar hasta que la clase política plutocrática dominante no le quede otra
que cambiar el modelo del desarrollo chileno. No será algo voluntario y la persistencia
del discurso de la población con una sola voz será fundamental para conseguir
los cambios que se aspiran.
Una vez más, queda demostrada la importancia de comprender las palabras y
los efectos que estas producen. Es simple: todo discurso emitido tiene un
efecto sobre quien lo escucha o lee. Es cierto que el abuso de las autoridades
ha sido permanente, pero esta vez, el mensaje de supuesta «bonanza económica» y
el «buen sentido del humor» al que se apeló no tuvo el efecto esperado.
En la teoría de los actos de habla de Austin, esto es precisamente lo que
nos permite diferenciar entre los actos ilocutivos y los perlocutivos. Por un
lado, los primeros refieren al objetivo comunicacional que el hablante pretende
al emitir su mensaje. Por ejemplo, una frase como «¿me presta un lápiz, por
favor?» no tiene otro cometido que el obtener ese préstamo (en el 99,9% de los
casos). Por otro lado, si este hablante consigue ese lápiz (o no), entonces ese
es el acto perlocutivo: el préstamo (o no) en sí, más allá de si era el
objetivo inicial del hablante.
Sin embargo, en el caso de las declaraciones de varios ministros chilenos y su presidente en este último
tiempo, no hubo convergencia entre ambos tipos de actos. El efecto perlocutivo
lo conocemos todos: marchas sociales de una fuerte unidad ciudadana que no
pararán. ¿Pero qué era lo que pretendían con mensajes como: «El que madrugue
será ayudado, de manera que alguien que sale más temprano y toma el metro a las
7 de la mañana tiene la posibilidad de una tarifa más baja que la de hoy» o
«Para los románticos [...] que las flores han tenido un descenso en su
precio: Así que los que quieran regalar flores en este mes, las flores han
caído un 3,6%»? Ellos
mismos han explicado que se ha tratado de tener sentido del humor o que no se
explicaron bien.
Pero la respuesta es solo una: la falta de empatía. Sí, esa
palabra que implica ponerse en el lugar del otro. El Diccionario de lengua española lo define como
«una capacidad de identificación» y aunque originalmente, viene de ἐμπάθεια
(empatheia) una palabra griega que en un inicio estaba más relacionada con el sufrimiento, su
utilización en un ámbito científico más técnico posterior le permitió ser comprendida tal
como la utilizamos hoy de manera mayoritaria.
Lo más terrible de todo, es que al presidente y sus ministros
les faltó la empatía en ambos sentidos. Les faltó sufrir con su
pueblo esta desigualdad brutal que se ha extendido como el big bang en la
configuración del pueblo chileno. La desafortunada frase: «estamos en guerra
contra un enemigo poderoso» no es más que una demostración de que el presidente
y sus asesores no han sido capaces de empatizar con aquellos que gobiernan ---y
que de seguro quién realiza sus discursos no es un profesor de Castellano o
alguien que haya estudiado los efectos de la comunicación como corresponde---. Esta
frase solo tuvo el efecto de recrudecer la demanda social que se pretendía aplacar
y demostró una vez más una nula comprensión de las palabras, su significado y sus
efectos en el auditorio.
Y todavía hay quienes preguntan para qué estudiar las
palabras y la historia de su significado...